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Huevos y Gallinas

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Cumple, hoy y aquí, camarada Tovarich, redoble por bucólicas…Que un epigrama amargo sobre cualesquiera infamias nos coja a todos confesados… Me acuso, para el caso,  padrecito, de pertinaz gallina ponedora.

 

Reconstruiré un difuso recuerdo de mi primera infancia: veraneo en Villarmayor, Nr. Miño; tardes interminables, abrasadas, con olor a hierba recién cortada y manzana reineta. Soy capaz, todavía hoy, de visualizar la escena, cual si de una peli gore se tratase:

 

Exterior día.- La solana y, allá al fondo, el corral, avispero de plumas llameantes, moscardones zumbando y el estridente cacareo de las gallinas. Por la derecha, aparece un hombre con un hacha. De certero manotazo, se apodera, zas, de una huevona. Sus hermanas- y el gallo de la cresta colorada y dorados espolones -, tras segundo y medio de revuelo, continúan su  picoteo en busca de gusanos deslucidos. La cámara, en lento travelling, sigue al hombre del hacha, que, con su Mª Antonieta agarrada por el cuello,  se dirige a un tocón próximo y procede a cortarte la cabeza. A escasos metros, la masa gallinácea ni se inmuta; es más: hasta que les toque el turno, seguirán poniendo huevos frescos para el hombre del hacha…

 

Recuerdo a aquel niño asustadizo que yo fui, contemplando, tembloroso, la escena. Nadie se habría  molestado en colocar dos rombos colgados de la higuera (la televisión no los había inventado todavía). Tengo el vago recuerdo de que, además del horror, una nítida sensación de desconcierto hacía presa en una sensibilidad aún sin uso de razón: algo, al rogelio precoz, no le “cuadraba” en la secuencia.

 

Me he venido preguntando, desde entonces, qué sentirían víctima y asistentes al suplicio. Intuyo que dolor al verse abandonada por los suyos, la primera; vergüenza poco torera, los segundos. Ya de mozalbete, que conste, tenía clara la moraleja de tan infausta fábula. “Si yo fuera gallina- decía entonces, lleno de juvenil coraje-, en tan cruentas condiciones, por Orwell os lo juro, no ponía ni la mesa…”

 

El porvenir, díjolo Ionesco, aquel rumano calvo, está en los huevos…

 

(Publicado en DIARIO DE FERROL)

 

Huevos de mis gallinas

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