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Salven primero España, que Venezuela se salva sola. - Augusto Zamora R.

27 mayo 2016


Augusto Zamora R.
Profesor de Relaciones Internacionales, autor de ‘Política y Geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos’, de reciente aparición

Como parte de la campaña electoral, políticos españoles viajan a Venezuela a obrar el milagro de la caída del chavismo y el retorno de las oligarquías tradicionales, blancas, católicas y con sus fondos depositados fuera, como han venido haciendo desde el siglo XIX. Da gusto verles a ellas, ellos, con sus cutis de porcelana, vestidos de Chanel y rebosantes de salud, demandando libertad, justicia y democracia, olvidando que tuvieron el poder siempre, hasta que surgió Hugo Chávez, y que en 190 años de gobierno no hicieron nada por Venezuela, salvo expoliar el país, corromper la sociedad y convertir un país riquísimo en un remedo, que por no tener, no tenía ni carreteras. 190 años, incluyendo los de mayor abundancia petrolera (1922-1975), que despilfarraron de la manera más obscena y, en vez de modernizar e industrializar Venezuela, hicieron del país una sociedad de parásitos, que tenía que importar desde vehículos hasta zanahorias. Hoy reclama que el chavismo, en catorce años, haga lo que ellos no hicieron en 190.

En lo único que se aplicó a fondo la oligarquía venezolana fue en crear fábricas de muñecas, nenas perfectas, salidas de dietas y quirófanos que terminaban copando los certámenes de belleza del continente y el mundo. En el deprimente espectáculo en que se quiere convertir la política, no sabe uno si reír o llorar viendo los desfiles de políticos españoles, a lo Gran Gatsby, para hacer caja de un país sumido en una terrible crisis –nadie va a negarlo-, crisis que tiene causas nativas, pero también –y son las peores- causas externas, como el colapso económico mundial desde 2008 y el hundimiento de los precios del petróleo, que es casi lo único que exporta Venezuela.

De las nativas hay que apuntar los graves desaciertos del gobierno, pero también la guerra económica interna de la oligarquía, que recuerda demasiado el sabotaje contra el gobierno de Allende, en Chile, entre 1970 y 1973, o la guerra económica contra la Nicaragua sandinista. Fábricas paradas, desabastecimientos provocados y guerra al gobierno, para crear un caos que justifique o el alzamiento militar o la intervención extranjera que, tan patriotas ellos, llevan años pidiendo a gritos, sin entender que los tiempos hoy son otros.

No menos chirriante es que los salvadores más visibles sean políticos españoles, como si la España actual fuese modelo de éxito económico y social a imitar. Recoge John Kenneth Galbraith, en su obra Un viaje por la economía de nuestro tiempo, que, en 1929, en lo más profundo de la Gran Depresión, el desempleo en EEUU casi rozó el 25% de la fuerza laboral. No obstante, en 1939, el desempleo se había reducido al 17% y, en 1944, en plena guerra mundial, era de un simbólico 1,2%. En España, en los mejores años de su economía, el paro ha bajado al 7,93% (2007), dato inusual pues, desde los años 80, el paro se ha mantenido a una media del 18%, es decir, igual casi a la cifra de paro de EEUU en los peores años de la Gran Depresión.

Diferencia sustantiva es que la Gran Depresión duró diez años, en tanto España vive instalada en una depresión permanente, con cifras de paro que gritan –para quien quiera oír- que el sistema económico-social imperante es un fracaso total, pues ha hecho de lo inaudito (un nivel de paro instalado hoy en el 24%) algo ‘natural’, de la misma forma que se presenta como éxito económico un sistema donde la exclusión social y la pobreza han alcanzado datos tan escandalosos como que un 22% de la población se desliza hacia la pobreza o está ya hundida en ella, como se viene denunciando desde hace años.


Correlativamente a esta ominosa realidad, la concentración de la riqueza en un puñado de plutócratas alcanza niveles históricos, como lo indica el hecho –inmoral- de que veinte personas, veinte, acumulan tanta riqueza como el 30% de los ciudadanos del país. No hay duda que, para la blanca y extranjerizada oligarquía venezolana, el modelo español actual es digno de copiar, pues ¡cuán maravilloso es que haya tan pocos poseyendo tanto! Así Venezuela, su finca expropiada por el chavismo, volvería a ser de “ellos”, únicos y legítimos dueños del país desde el mitificado 1810, de independencia.

Emigran venezolanos, los ricos sobre todo. Hay como un millón fuera, sobre los 31 millones de habitantes que tiene en país en 2016. Pocos, en relación a la cifra media de emigración latinoamericana. El Salvador, con 6,7 millones de habitantes, tiene 2,3 millones de emigrantes. Colombia tiene nueve millones, de ellos cinco millones en Venezuela. El 20% de la población mexicana vive en EEUU. Veamos a la salvadora España. En 2008, había 1.471.691 emigrantes españoles censados.

En 2016, la cifra se había disparado a 2.305.030 emigrantes. La población decrece y, según el Instituto Nacional de Estadística, España tendrá 45,8 millones de habitantes en 2024 y 40,9 millones en 2064, de población masivamente envejecida. Un país casi en vías de extinción. Pero, claro, importa más satisfacer las demandas de los psicópatas de Bruselas antes que atender el desolador panorama natal español, machacado de forma inmisericorde por las políticas comunitarias, que han provocado, por una parte, la emigración masiva, sobre todo de jóvenes y, por otra, la caída drástica de la natalidad. ¿Quién de esos pulcros políticos que van a tomarse una foto en Caracas salvará España, enfrentándose a cara de perro con las políticas social-darwinistas de Bruselas?

Otro ejemplo de la situación de abandono que vive España es el avance incontenible de la desertización, que afecta ya al 30% del territorio nacional, con perspectivas, si nadie hace nada, de que alcance en pocos años al 50% del territorio. Pero aquí todos felices, mientras España va convirtiéndose, poco a poco e inexorablemente, en una prolongación del desierto del Sáhara y los acuíferos colapsan año tras año, para mantener un modelo agroindustrial que, espectacular a corto y mediano plazo, resulta insostenible a largo plazo, pues lleva a la destrucción de las reservas de agua dulce. Con la desertización muere la fauna, privada de hábitats naturales necesarios para subsistir.

En ese modelo político de ver hacia todos lados, menos a donde es imprescindible ver, España se ha convertido es uno de los grandes peones de la política militarista de EEUU. No sólo es base del escudo antimisiles (obra y gracia de Rodríguez Zapatero, socialista y progre), sino que ha sido transformada en la gran base militar del Comando Sur europeo de Washington, además de ser socio obediente de todo lo que le pide la OTAN (que es EEUU, vestido con otro sayal), sea enviar aviones a los países bálticos, fragatas al mar Negro o armar a Arabia Saudita para su guerra en Yemen.

¿Y qué decir de los centenares de miles de familias que han sido desahuciadas en beneficio de banqueros que tributan menos que los castigados trabajadores autónomos? ¿Qué, de los 4.000 políticos procesados por corrupción? ¿Sería, digamos, éste el modelo que se desea para Venezuela? ¿Tanto odian esos políticos al pueblo venezolano? Indica la lógica que mal pueden salvar un país quienes han sido incapaces de salvar al suyo. Así, pues, hacemos una modesta sugerencia: señores políticos, dejen en paz Venezuela, que los venezolanos sabrán ellos solos salir de su laberinto. Ocupen sus fuerzas en salvar España, que parece necesitarlo más que Venezuela. Por demás, no olviden el viejo refrán, que más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena.

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